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lunes, 13 de febrero de 2012

Sobre nuestro patrimonio.


La tradición cultural de La Gomera, nuestra identidad o nuestro sentir como comunidad, son cuestiones cuyo significado nos deberían implicar a todos, aunque es verdad que a menudo las convertimos en huecas de tanto mencionarlas y reiterar su importancia. En otras ocasiones asistimos a la disolución de su contenido esencial para transformarlo en píldoras de savia populista. Pero en realidad, las más de las veces, estos conceptos no nos interesan suficientemente, dicho de otra forma, nos importan poco. Y es precisamente en este contexto aparece todavía más meritoria el trabajo de asociaciones como Tagaragunche, Chácaras y tambores de Guada, AIDER etc.
El tema da para mucho, empezando porque al hablar sobre identidad y cultura nos referimos a conceptos subjetivos, y bastante ligados a apreciaciones personales. Todos tenemos una opinión formada al respecto, conocemos nuestra forma de pensar, pero cuesta organizar los conceptos a fin de explicarnos adecuadamente.
Quiero, en fín, reflexionar sobre aquellos elementos materiales, testigos de nuestra historia reciente. Me refiero al llamado patrimonio etnográfico; al conjunto de manifestaciones o recursos, cuyo fruto del trabajo de nuestros antecesores. Aquí incluiríamos, por ejemplo, utensilios de uso doméstico, herramientas de uso cotidiano, lugares por lo general de carácter comunal donde se realizaban trabajos de carácter agrícola o ganadero, y por último añadiríamos las propias casas construidas de piedras y barro. De que todas estas manifestaciones populares forman parte de nuestro patrimonio no debe existir la menor duda. Junto a otras manifestaciones militares, civiles y religiosas más monumentales, conforman el entramado de testigos materiales del devenir de nuestro pasado como comunidad insular
Sin embargo, cuando intentamos conocer de cerca estas manifestaciones, cuando queremos inventariar lo que nos queda de este pasado no tan lejano, caemos en la más profunda decepción.
Los barrios de tradición rural han sido profundamente transformados por construcciones de nueva planta de fuerte impacto. Irreconocibles caseríos sepultados en muchos casos entre restos de maleza, piedras, piedras, palos, barros y teja. De los hornos donde se fabricaban las tejas de las casas apenas quedan media docena cuyo rescate se hace como mínimo complicado. Los lagares de viga y piedra han desaparecido en la mayor parte de los municipios, sustituidos por nuevas prensas que se han entendido más higiénicas, efectivas y duraderas. De los molinos de agua no queda sino un par de mutilados supervivientes descontextualizados. La mayor parte de las eras de trilla han sido sepultadas o se han utilizado sus piedras para otros usos.
De los utensilios de uso diario y herramientas para faenas artesanales y agropecuarias tenemos constancia gracias de importantes esfuerzos privados para su acopio. En este punto procede recordar y agradecer la labor de D. Virgilio Brito, sin cuya obstinación posiblemente no podríamos contar en la isla con ningún museo etnográfico.
Se hace cierto la afirmación de que no podemos valorar y menos querer lo que desconocemos. Y no es menos cierto que a la gran mayoría de nosotros no se nos ha explicado como se elaboraban las tejas, la forma de prensar los racimos, la manera en que se movían las aspas de los molinos de agua o la forma de levantar un sólido muro de una casa sin utilizar hormigón.
Parece que se nos acaban las posibilidades de aprender de nuestro pasado. Ninguna publicación, si exceptuamos la ya histórica ESEKEN, nos ha acercado al conocimiento de la riqueza de nuestro patrimonio cultural.


Los esfuerzos de las administraciones son escasos. Nosotros, los gomeros, tampoco hemos sido especialmente generosos en el esfuerzo para preservar, en el cariño militante hacia lo nuestro. Delante de nuestras narices han pasados palas mecánicas atropellando impunemente el horno de teja mejor conservado de toda la isla, Hemos visto otras palas derribando paredones y muros de casas antiguas con la excusa de un innecesario ensanche de una pista. Hemos visto derribar los muros de un antiguo horno de una casa para utilizar sus piedras como relleno. Nadie ha insistido en la idea de rehabilitar frente al derribo para construir una nueva planta. Tampoco existen muchas buenas razones para vender los recuerdos de nuestra familia y verlos convertidos en adornos de una casa de turismo rural. Somos también testigos mudos de los daños del ganado asilvestrado a nuestros senderos.
Tal es el ritmo en que todo ello desaparece que  lo que nos queda por rescatar de nuestro pasado reciente, tendremos que hacerlo con un procedimiento más arqueológico, que etnográfico.

Antes que en financiar múltiples manifestaciones pseudoculturales que no viene a cuento citar sería aconsejable concentrar esfuerzos en crear un estado de conocimiento, opinión y respeto hacia nuestro pasado cultural. Aunque admito que cada una de estas actividades pueden tener su lugar y público.
Para concluir, podemos volver al principio del escrito y retomar los términos identidad, tradición cultural, y sentimiento de comunidad, e intentar situar entre ellas nuestra actitud cotidiana. Debemos situarnos del lado de estos conceptos. Colocarnos como buenamente podamos, ya que a buen seguro no podremos estar a su altura. .

*Esta entrada se corresponde, con algunas modificaciones, con otro un artículo publicado en la revista digital de ESEKEN en el año 2004.

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